En la primera entrada de este blog nos propusimos desmentir los principales mitos y prejuicios que se han generado en torno a la bioconstrucción (fruto, en su mayoría, del desconocimiento). Bajo este punto de partida, vamos a iniciar una serie de publicaciones en las que abordaremos, uno a uno, los distintos conceptos relacionados con esta disciplina de la arquitectura. Nuestro objetivo es reivindicar la bioconstrucción como una solución real, eficiente y sostenible para los problemas de las edificaciones que nos rodean y, sobre todo, para las necesidades de quienes las habitamos.

Entre dichas necesidades, indudablemente la salud y el bienestar revisten una importancia destacada. Quienes vivimos en núcleos urbanos pasamos más del 80% de nuestro tiempo en recintos cerrados: hogares, centros educativos o de trabajo; espacios comerciales y de restauración; medios de transporte, etc. La amplísima mayoría de estos espacios se basan en modelos de construcción convencional, los cuales presentan una serie de problemáticas relacionadas con la salubridad y el confort. Frente a esta realidad, frecuentemente ignorada, la bioconstrucción se presenta como una alternativa respetuosa no solo con el entorno, sino también con el individuo y su interacción con el mismo. Vamos a profundizar en ello.

En construcción, la salud también está en el interior

Pensar que un edificio pueda enfermar a sus habitantes puede resultar extraño a priori, pero la realidad es que la calidad ambiental interior influye en nuestra salud más que el entorno exterior. Un hábitat tóxico es la causa detrás de patologías cada vez más frecuentes, como la “sensibilidad ambiental múltiple”, debida al cóctel de partículas presente en el entorno urbano y que ya afecta a más de un 15% de la población.

Y es que en la construcción convencional resulta muy común trabajar con materiales que emiten vapores contaminantes, como los compuestos orgánicos volátiles (COVs) de las pinturas y barnices; que son radiactivos, como el yeso o el hormigón; o que emiten gas radón.

El confort, una cuestión incómoda

Además del empleo de materiales insalubres, los modelos de construcción más extendidos también tienden a resultar poco confortables. De forma habitual, se ejecutan sistemas constructivos erróneos que obligan a buscar soluciones a los problemas derivados de su utilización. Hablamos de cuestiones como los fallos de permeabilidad, que provocan la entrada de agua o aire en las viviendas a través de los marcos de las ventanas de las fachadas; o de hermeticidad, que hacen que en muchas ocasiones oigamos al vecino de al lado como si estuviese dentro de nuestra casa. Todos ellos, y otros muchos, son problemas que a la mayoría de nosotras nos afectan en nuestro día a día.

Estos errores de ejecución no solo afectan al grado de comodidad, sino que también conectan con el punto anterior: la escasa o deficiente ventilación de los edificios favorece la proliferación de bacterias, hongos y otros agentes nocivos. Alrededor de un 18% de la población española tiene problemas de humedad en casa, lo que conduce a la aparición de microorganismos (hongos) que afectan negativamente a la calidad de vida y, por supuesto, a la salud.

Una alternativa saludable basada en la lógica de los materiales naturales

Frente a ese ambiente urbano nocivo, la bioconstrucción propone el concepto de “Área blanca”, un hábitat urbano de polución cero, libre de tóxicos y radiaciones. Un espacio en el que se eliminan los ruidos, las radiaciones, los materiales tóxicos, los alérgenos, etc. ¿Cómo se consigue esto? Diseñando a partir de un conocimiento profundo de las propiedades de los diferentes materiales naturales, lo que hace posible llevar a la práctica la importancia de crear espacios interiores exteriores saludables y confortables. Veamos algunos ejemplos ilustrativos:

  • El uso de la arcilla en los revocados interiores de los espacios de una vivienda permite regular la humedad relativa, haciendo que las estancias sean más cálidas en invierno y más frescas en verano. Además, con la adición de pigmentaciones vegetales, podemos establecer las tonalidades adecuadas a cada espacio y uso.

  • La madera como elemento constructivo aporta una ventaja añadida: es el único material que absorbe CO2 a lo largo de toda la vida útil del edificio, algo muy útil para reducir la contaminación ambiental.

  • El uso de morteros de cal hidráulica, un material poroso y altamente transpirable, facilita el correcto intercambio de vapor de agua entre el interior y el exterior. De esta forma, se crea una capa en los edificios que constituye una envolvente transpirable y hermética al mismo tiempo.

Bioconstrucción, diseño al servicio del bienestar

Todo este uso de materiales naturales resultaría insuficiente sin un diseño con principios bioclimáticos. Este es esencial para crear estrategias que permitan regular las condiciones de confort interior en nuestros edificios. Y, así, ahorrar en energía, agua y residuos, minimizando el impacto negativo de las ciudades, tanto sobre el planeta como sobre las personas que las habitan.

Sin ir más lejos, la luz solar es esencial en la regulación de nuestros sistemas metabólicos. Diseñar atendiendo a sus propiedades resulta directamente beneficioso para nuestra salud y nuestra sensación de bienestar . Una buena iluminación (aquella que combina el aprovechamiento de la luz solar y con un proyecto de iluminación artificial eficaz basado en tecnología LED), además de ahorrar electricidad, nos previene de problemas de visión y mejora nuestro estado de ánimo,y juega un papel muy importante en nuestro bienestar psicológico durante el tiempo que pasamos en los espacios cerrados de nuestra vida diaria.


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